sábado, 16 de enero de 2010

Obervaciones...

Me senté en ese banco frio, helado, y adorado por momentos… un banco, ese fue el lugar de la escena del crimen, digamos (creo que no hace falta decir que el desasosiego y el dolor son también crímenes muy perjudiciales), viendo como todo pasaba a mí alrededor, viendo como había personas que se movían, que bailaban sin saber por qué, mejor dicho, sin un porqué. Todo me daba vueltas, tantas que hasta me mareaban… Seguí allí sin tener un sentido… tal vez el mareo me impedía moverme. Lo cierto es que me sentí la más fría de las personas en algunos momentos, y créeme, la más incomoda también… No quería estar allí, no me apetecía escuchar aquella música o aquel ruido que estaba clavado en mis oídos como una espina que apenas se ve… (Esas palabras al oído que eran ruido en aquel momento…) pero que se nota… Lo mismo que tantas cosas que hay clavadas en mi… tantas espinas imposibles de sacar, espinas que han aprendido a vivir en mi piel, y que adoran su hogar…
Seguí escuchando tu oración deseosa de amor y me limité a decir “sí “a ti y a todos los que me hablaban, a todos los que se dirigían hacia mí… No necesitaba amor en esos momentos, necesitaba LIBERTAD. Algo que nunca tuve, algo que deseo como el comer para un perro abandonado… Eso era yo, una perra demasiado atendida por todos, y estaba harta de eso, de que me atendieran, deseaba estar abandonada a mi suerte en aquel momento, dejarme llevar por la irracionalidad de mis actos, y… y… darte un abrazo, ese abrazo que mereces, hablar contigo, escucharte y ver si eres feliz, ya que mis sentidos me confiesan que no lo eres… y no puedo dormir. Era lo único que pedía al señor del cielo del que nos hablan en la iglesia que concede deseos… eso era todo… y era tan fácil… tan fácil que nadie se molesto en averiguarlo, solo deseaba que no me vigilases cinco minutos de tu vida persecutoria…

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