martes, 25 de septiembre de 2012

Manos de arena.



Cuando las yemas de mis dedos sienten el ligero calor de tu camiseta caliente, es arena esparcida por mi espalda, piedras que queman, amor, locura.
No me acuerdo de tus palabras cuando te miro, cuando te siento, cuando en un abrazo te pertenezco; no recuerdo el olor del mundo si me dices que me quieres.
Para mí alegría no es molestia el placer de tu cantar, de tu desnudez, del que me embadurnes en tu caballerosidad, en tu cariño único y verdadero, en tu regalo maldito que es quererme, y amarte yo a ti.
Mis manos se vuelven arena cuando te quiero tocar; noto que me deshago, que levito, que camino en el agua, que vuelo en mí.
Si te quiero alcanzar se me desgrana el corazón y las arterias. Una maldición de dolor se agita cuando alzo las manos para tenerte y mis ojos se pudren de llanto y sequedad al llegar a casa; a mi celda, a mi guarida de lágrimas.

Ahora es miedo, es miedo de tierra, miedo que desaparece cuando me abrazas y me siento la única protagonista de todas las historias bonitas de amor que pasan en el mundo... Es un miedo terrible, ese miedo que ciega, que inmoviliza, que no te deja ni pensar ni actuar, y que sin querer queriendo; no te deja vivir. Es miedo a apretarse los labios de nuevo con fuerza, a chirriar los dientes del deseo irrefrenable. 

                    Es miedo a no poder borrarte de mi alma.

                                                                      Miedo a no figurar escrita en la tuya.